domingo, 24 de octubre de 2010

El Duende de la montaña




EL MONTAÑERO Y EL DUENDE DE LA MONTAÑA

La montaña tiene un Duende,
un Duende que está en todas las cumbres,
lo más cerca posible de Dios
y lo más lejos que puede de los hombres...



DE JOVEN EN LA MONTAÑA...
Mientras ascendía, dosificando el esfuerzo;
mientras paraba, controlando el cansancio;
sentía los rayos del sol, sobre mi cuerpo
y una suave brisa que acariciaba mi rostro...
Abajo el valle brillaba y arriba las crestas
llamaban.

El sol, Y el viento, el valle y las cumbres
irradiaban una majestuosa paz,
que imposible de explicar, recibía...
constante y continua, pura y eterna,
y se mezclaba con mi soledad.

Luego, llegué...
Sentado en la piedra más alta
estaba el duende de la cumbre.
Al recibirme preguntó:
—¿A qué vienes?
Le contesté:
—A estar más cerca de Dios,
y a tratar de hablar con él....
Me respondió:
—¡Por qué no aprovechaste!,
subió acompañándote,
cuando llegaron se marchó...
¿En qué pensabas?




Una vez más emprendía coronar una cumbre,
cuyo perfil tenía en mi mente desde tiempo atrás.
Una vez más, al pie de la montaña...
Una vez más le pedía al duende de la montaña
permiso para acceder a ella.
Una vez más iniciaba el paso a paso,
pidiendo el apoyo de mis muertos y mis vivos.
Una vez más pasaban las horas,
mientras ensimismado en mis pensamientos
y bebiendo cántaros de luces y paisajes,
llegaba al fin de la agotadora jornada.

Una vez más la vista de millones de estrellas
estallaba en mis ojos antes que mis párpados
se plegaran al sueño.
Una vez más 

con el milagro de un nuevo amanecer
y la tibieza del sol sobre mi cuerpo,
reiniciaba mi tarea.
Mientras ascendía, ya en confianza
y reconociéndonos, una vez más,
pude dialogar con el duende de la montaña.
Él me hablaba de personas, 

de historias y desventuras,
de tiempos pasados y lejanos en su dominio.
Yo le hablaba del mundo que quedaba abajo.
Y así pasaban las horas hasta que nuevamente
una brillante alfombra de estrellas volvía a cubrir
el ocaso del sol.

Una vez más, al siguiente amanecer,
al proseguir el diálogo, no podía evitar
acariciar la compañía del espíritu de la montaña.
Una vez más, me acompañó hasta llegar a la cumbre,
y se emocionó con mi emoción.
Y conjuntamente disfrutamos emociones hombre y duende.
Una vez más lo sentí materializarse
en alguna que otra lágrima que brotó de mis ojos.

Y por primera vez le escuché esta pregunta:
-Te suelo ver en las cumbres,
¿cuéntame que sientes en ésta?
-Una vez más siento frío...
Me respondió:
-No es mi frío,
es tu soledad...
-Una vez más,
siento cansancio.
Me contestó:
- No es tu cansancio,
es tu falta de ilusión...
-Pero una vez más,
siento que Dios existe...
Y me dijo
“No ha sido en vano acompañarte...
Vuelve a visitarme;
estaré en cualquier cima.”

Agradecí mientras comprendía que debía iniciar el descenso
y que bajaría solo, pero pensando
en la conversación de cumbre.
El duende de la montaña quedaría en su cúspide,
y tal vez en su espiritualidad cavilando sobre los mortales
que desde la dimensión de las emociones,

hollábamos su reino.


Una vez más, y años después..., 
ya no para emprender una cumbre,
 sino tal vez, para recordar y remozar perfiles y emociones 
que desde siempre tenía en mi mente, 
estaba...al pie de la montaña. 
Una vez más iniciaba el paso a paso, 
sólo que ahora, cansinamente, con torpeza, 
dirigiéndome en pos de la montaña, 
lo más allá que pudiese, 
no ya pidiendo el apoyo de mis muertos y mis vivos, 
sino que sintiéndolo profundamente.
Estaba en el punto en que solicitaba al duende de la montaña 

como siempre hacía, 
permiso para acceder. 
Pero en esta circunstancia no la subiría, 
sólo quería..., despedirme de ella. 
Y escuché su voz:
—¡Extrañaba nuestros encuentros! 

¡Te veo abajo y no subirás! Advierto que llegó el momento 
¡Cuéntame qué sientes! —dijo el duende.
—Una vez más siento frío —dije yo.
—No es mi frío, ahora son tus recuerdos dijo él.
—Una vez más, siento cansancio .
—No es tu cansancio; ahora son tus emociones. —me respondió.
—Pero más que nunca siento que Dios existe.
Y me dijo:
—Has perdido lo individual, casi somos uno. 

Todos quieren coronar la cumbre, 
sin saber que la mayor emoción es ascenderla. 
Has descubierto más que el límite 
de lo que tus ojos han visto. 
¡Has entendido lo que ya sabes!
Y concluyó gravemente:
—Viejo amigo, ¡simplemente llámame...! 

yo estaré no sólo en las cimas, 
también junto a ti, 
donde sea que te encuentres...
Hubo lágrimas en un rostro, 

un brillo etéreo en el otro, 
y ninguna despedida. 
Pronto... acompañando el atardecer, 
comenzó el inicio del último retorno, 
pero por fin... 
menos solo.


Jaime Suárez

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